Dejé formas, gente, trabajos, cuerpos, comida vencida, libros, un marido, ropa, la casa de mis viejos, poemas sin comenzar, uñas comidas. Dejé de hablarte, de reír, de creer, de jugar, de verte, de menstruar, de tejer, de extrañarte y de buscarte. De pintar, de creer, de esperar la racha, de hamacarme. Dejé de ir donde no quería ir, de sonreír sin ganas, de hablar para rellenar, de llorar por vos, de escribir cartas, de rezar, de ir al cementerio y tomar tragos que me hacían doler la panza. Dejé la heladera vacía, la milonga, mi piel lastimada, los tacos altos, el vino, el peugeot rojo, mi país, mi casa, mis amigos, mis amigas, mi perra. Dejé flores marchitarse, mi laboratorio y la minifalda negra, mi tierra, la ciudad blanca, las comidas de mi infancia, la cordillera de los andes, los aros grandes y el corpiño armado. Dejé de tirarme en la arena con el cuerpo mojado, los audios de mi papá, los volcanes que amaba, los chizitos, Córdoba, Alberdi, la casa en el cerro, Corrientes, el océano pacífico, los viajes en carretera y tu olor. Dejé el limonero que curé.